Cuando miro a mi Rosquis y pienso en aquel momento 9 meses y medio atrás, me parece mentira cuántos miedos e indecisiones tenía. Rosquis vino al mundo un 7 de enero, en la semana 41 de embarazo tras un día de Reyes muy relajado en casa con David y una barrigota enorme, que se movía arriba y abajo, como si amasara e hiciese rosquillas, recuerdo que vimos varias películas, entre ellas, Cuenta conmigo, sí aquella de los críos aventureros en que salía el malogrado River Phoenix y también Madagascar 2. A la noche sólo dormí tres horas pensando en qué no sería capaz de dar a luz al día siguiente. Era un parto programado por inducción y a mí me daba mucho respeto, pues me hubiese gustado que Rosquis naciese por él solito cuándo él hubiese querido. Eché de menos las contracciones reales (no las falsas alarmas de Braxton-Hicks); el correr con la maleta a cuestas, la rotura de aguas, las prisas...un poco como ocurre en las pelis cuando salen parturientas.
Pero no fue así. A las 7 de la mañana cogimos un taxi, pues Papá Rosquillas no quería conducir y a las 8h ya estaba en la sala de dilatación cambiándome de ropa y mirando la fría camilla y sala, todo extraño, a media luz, pero medicalizado. Al cabo de media hora llegó la comadrona y, según lo acordado, me suministraron las prostaglandinas pero, al paso de las horas, el cuello de útero seguía verde, con pocas contracciones y decidieron ponerme oxitocina. Entonces, las contracciones empezaron a ser más seguidas e intensas. Cómo llegó a dorlerme!
Sin comer desde la madrugada más que un triste zumito y dos tostadas de pan con mermelada...No sabía como iba a aguantar aquel día, con tantas horas, sin probar bocado ni beber nada, entre cuatro paredes, sin una ventana y sin ver la luz del día...Hacia las 14h me pusieron la epidural y, a partir de ahí, empecé a dilatar cada vez más hasta que a las 17,30 aproximadamente me bajaron a la sala de partos, pues me dijeron que íbamos a tener al bebé por parto vaginal (aunque si había complicaciones, me acabarían haciendo la cesárea). Todo el tiempo estuve con Papá Rosquillas hablando de la vida, del bebé e incluso tuvimos tiempo para bromear, pues ese día nacieron dos actores: Uno que me gusta bastante, Jeremy Renner y a otro que detesto, Nicolas Cage.
En la sala de partos vi por primera vez a mi doctora -hasta entonces había recibido las visitas esporádicas de la comadrona y de enfermeras en la sala de dilatación-. Me pidieron que fuese empujando y yo iba haciendo, parece que iba bien y bajaba rápido, pero en el tramo final vieron que no estaba rotando bien su cabecita y me hicieron una episotomía y luego,fórceps para sacarlo.
Apenas le oí llorar cuando salió y yo estaba tan rota de dolor que sólo le buscaba con la mirada. No me le dejaron ver desnudito ni manchado, sino que ya me le trajeron ya vestidito y acicalado, con la toallita a modo de arrullo, tan coloradete él. Entonces lanzó un lloro aguado que me emocioné y puede abrazarlo y tomarle de su pequeña manita por primera vez. A pesar del dolor, todo había valido la pena. Aún no me podía creer que esa criaturita fuese mía...nuestra...Ahora, cuando quiero recordarlo, miro las fotos de la sala de partos y, a pesar de la palidez del dolor (y de estar más muerta que viva), sé que mereció la pena...Rosquis es una maravilla!